«Tras el terremoto, lo peor es la incertidumbre. ¿Cuándo volveré a casa?» Internacional

Abdala es sirio y tan joven que ni recuerda su natal país. Tiene 13 años y su familia escapó hace 10 de Alepo. “Nuestra casa se ha caido. De verdad. Estábamos fuera y después del terremotofumos a ver cómo estaba y no quedó nada. Pasé mucho miedo», cuenta en el polideportivo de la localidad de Sanliurfa, en el sureste de Turquía, decorado con imágenes del padre fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, y del presidente, Recep Tayyip Erdogan, así como banderas del pais Un centenario pasó aquí la noche en colchonetas de gimnasia con mantas para combatir el temporal que asola la zona.

A unos metros, Ahmet, de 23 años, describe el terremoto como «el terror más grande» que ha pasado en su vida. «Iba creciendo el temblor y parecía que no se iba a acabar nunca», cuenta. Él se quedó paralizado sin saber qué hacer mientras llamaba a sus padres, que estaban en una habitación contigua. La casa ha resultado dañada, pero «no demasiado». Unas cuantas grietas en la pared que impiden que regrese por si se viene abajo. “Lo peor, ahora, es la incertidumbre. El terremoto ya pasó, pero ¿y ahora? ¿Cuándo volveré a casa?”, sentencia.

El número de víctimas de los dos potentes terremotos que el lunes golpearon Turquía y Siria ―así como de sus réplicas, que aún perduran aunque con menor intensidad― no deja de crecer. Los muertos superan ya los 7.800 y los heridos rondan los 39.000. Y todo apunta a que estas cifras van a seguir aumentando en los próximos días. Turquía, que ha informado de 5.894 muertos y el derrumbe de más de 5.000 edificios, ha decretado estado de emergencia durante un mínimo de tres meses en las 10 provincias más afectadas, todas en el sureeste del país, según anunció el martes el presidente Erdoğan . In Siria, inmersa en una guerra civil desde hace más de una acadada, los datos no son superiores: los desaparecidos suman 812 en la zona controlada por el Gobierno de Damasco; y superan el millar en las zonas controladas por los rebeldes enfrentados a Bashar el Asad.

En una calle cercana al polideportivo, trasera grande y multitud de curiosidades dominando ante un solar con escombros. Aquí, en la ciudad de Sanliurfa, no es, sin embargo, donde el seísmo ha hecho sus peores estragos. Los edificios de los alrededores no parecen dañados en el exterior. Son, por lo general, casas de nueva construcción, a diferencia de las del centro, las que más han sufrido la embestida de la tierra. Allí, cientos de edificios han resultado dañados, según las autoridades. Una de las réplicas demolió un edificio de ocho plantas, según captó una grabación. Se estima que aparecieron cinco personas y siguen enterradas bajo los escombros porque la debilidad del edificio contiguo impide hacer la búsqueda de manera segura.

Sanliurfa se encuentra a 170 kilómetros al este de Pazarcik, en la provincia de Kahramanmaras, epicentro del primer terremoto (de magnitud 7,8) de los dos que han cambiado radicalmente esta ciudad. La provincia homónima es una de las 10 zonas que Erdogan ha declarado en estado de emergencia.

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El ánimo alicaído de los locales y la falta de vida en las calles contrasta con el mensaje de un cartel publicitario a la entrada: «El terruño es ahora algo más especial». En un parking de zona libre, cinco grupos de 10 hombres se calientan en una hoguera en una lata. Es una excepción. La mayoría de quienes necesitan ayuda se encuentran en los centros habilitados por las autoridades.

300 réplicas

Con temperaturas bajo cero y un fuerte temporal de invierno, los trabajos de rescate se están desarrollando en medio de temblores que no cesan. Ya ha habito más de 300 réplicas, según la Agencia para el Manejo de Emergencias de Turquía (AFAD). Este martes, a las 10.11 hora local de Turquía (8.11 en la península española), la zona es arrasada por una nueva tierra, de magnitud 5.4 en la escala de Richter, con epicentro a 10 kilómetros de profundidad.

Las primeras 48-72 horas de trabajo son cruciales para hallar supervivientes; Después, la probabilidad de que quienes han quedado atrapados permanezcan con vida s’abatn considerablemente, más aún teniendo en cuenta que,durante la noche, muchas de las provincias afectaron han registrado temperaturas bajo cero, lluvia o nieve. Según el vicepresidente turco, Fuat Oktay, el círculo de 8.000 personas han sido rescatadas ya de entre los escombros.

Ankara ha desplegado unos 25.000 efectivos. En ellas se sumó una retención internacional en la que participaron 19 países europeos —17 de ellos de la Unión Europea, España entre ellos—, que movilizó a 1.155 rescatistas y 72 personas especializadas en ambos países. La UE ha enviado 25 equipos de rescate y casos médicos de emergencia al Mecanismo de Protección Civil, según ha confirmado el comisario de Gestión de Crisis, Janez Lenarcic.

Es una tarea pesada y delicada, que demande el esfuerzo de decenas de personas y que se ve obstaculizada por las continuas replicas. En la ciudad de Kahramanmaras, en torno a las cinco de la mañana hora local (dos horas menos en la península española), los equipos de emergencias lograron el rescate con vida al joven Can. Lo habían localizado horas antes, pero este adolescente de 14 años había quedado atrapado por los bloques de cemento y vigas de varios pisos que le pusieron encima, según mostró la cadena CNN-Türk. Finalmente, tras cuatro horas de trabajo, pudo ser extraído del esqueleto del edificio y trasladado a un hospital sin heridas de extrema gravedad.

Localidades sin asistencia

Pero también ha habito denuncias de localidades afectadas a las que no ha llegado la ayuda, especialmente en la provincia turca de Hatay, ubicada entre la costa mediterránea y la frontera con Siria. Solo en esta región, más de 1.200 edificios han sido destruidos. Hasta allí se han trasladado más de 9.000 soldados y 12.000 voluntarios para ayudar en la búsqueda de supervivencia, según han explicado las autoridades turcas. A pesar de ello, en vídeos publicados en las redes sociales, los vecinos de la zona pidieron a las autoridades el envío de equipos especializados porque, sin maquinaria, no pueden liberar a las personas atrapadas.

Alejandreta, con 1,6 millones de habitantes, es una de las urbes de Hatay. Los equipos de rescate y los sobrevivientes desescombraban este martes restos de edificios en esa ciudad turca en busca de señales de vida. Gran parte de la urbe portuaria ha quedado en ruinas. En las mediaciones de lo que hace dos días era un hospital, uno de los médicos que había sobrevivido al desastre contaba que le había resultado muy difícil volver a lo que una vez fue su lugar de trabajo: «Estoy devastado, veo cuerpos por todas partes Aunque estoy acostumbrado a ver cadáveres, esto es muy difícil para mí», aseguró a la agencia Reuters. Kerim Sahin, taxista que colaboró ​​en las tareas de rescate, contaba que buscaba a un amigo en el hospital: «Un médico ha dicho que hay unas 15 personas aquí, incluidos pacientes. Por el momento, todos están atrapados. Nadie puede entrar al edificio”.

Un grupo de rescate saca tiene un matrimonio de los restos del hospital de Alejandreta, este martes. Agencia Anadolu (Agencia Anadolu a través de Getty Images)

Un sentimiento de impotencia similar invade a Sara Islan, profesora española que lleva viviendo una década en Turquía, en Sanliurfa, y pasa ahora unos días en Madrid. «Si la ayuda no llega a los que están bajo los escombros, imagina a los que se están resguardando en coches, o sin agua potable o sin comida. Ayer, mis amigos solo encontraron agua y galletas. Pas de hay ni pan. Dan una sopita por niño. Y hace muchísimo frío”, explica Islan, informando Ángeles Lucas.

El Gobierno Turco, a través de la agencia de gestión de desastres y emergencias del país, ha podido disponer de los pobladores para una aplicación que indica la ubicación de las personas que han sido atrapadas bajo los escombros. «No dan abasto», dice, angustiada, Islan.

“La gran mayoría de los edificios [de Sanliurfa] its muy antiguos y están construidos con materiales deficientes; hay muchos que están hechos en polvo”, ilustración. El marido de Islan es un ingeniero civil turco, nacido en esta localidad, que asegura que antes apenas había normativa antisísmica. “Pero se implantó una en 2007 y otra aún más dura en 2019. Y predeciblemente estas edificaciones están resistiendo mejor. Están teniendo problemas más superficiales”, asegura Islán, que dice que los técnicos locales estudian implantar la medida de marcar con cruces verdes los edificios en los que se puede entrar, amarillas en los que hay que tener cuidado, y rojo de acceso prohibido.

Familiares angustiados intentan viajar a las zonas afectadas

Mehmet, de 25 años, la vio en su ciudad natal, Sanliurfa, una de las afectadas por el terremoto, un «dar un abrazo» a su madre y sus hermanos. «Todos están bien, gracias a Dios. Pero voy a estar con ellos ya ayudar en lo que pueda», cuenta. En Mehmet la noticia le pilló en Bursa, la ciudad cercana en Estambul en la que trabaja y no ha encontrado alojamiento hasta este martes en Sanliurfa. «Es muy triste que pase algo así en tu país, más aún en tu ciudad», resumen.

Los vuelos internos a las provincias afectaron en el sur del país van sin asientos vacíos desde el terremoto. El temporal invernal (este martes nieva y la sensación térmica de madrugada era de seis grados bajo cero) ha generado cancelaciones y algunos aeropuertos de la zona se han visto afectados por el seísmo o están parcialmente reservados a los vuelos de ayuda humanitaria, según ha señalado este martes el presidenteturco. Recep Tayyip Erdogan exigió que «nadie viaje a las zonas del terremoto a menos que sea necesario, que no se utilicen las carreteras que van a la zona y que solo se llame por teléfono en casos de urgencia». «Estamos teniendo dificultades para llevar a cabo materiales de ayuda y equipos de rescate en algunas zonas debido a las duras condiciones invernales», ha agregado.

Weigh al llamamiento del presidente, las plazas para viajeros regulares quedan des de Estambul hacia aeropuertos de la zona, como Adana, Sanlıurfa o Gaziantep, son rápidamente ocupados, generalmente por familiares de los afectados, que regresan a apoyarlos. «Bastante gente llega sin billete, pidiendo lo primero que salga, porque tienen familia allí», explica en una pequeña agencia de viajes en el aeropuerto de Sabiha Gökçen, en Estambul.

Tanto allí como en el principal aeropuerto de la ciudad, el Internacional, hay colas frente a las ventanillas de venta de boletos de las aerolíneas. También siete equipos de búsqueda y rescate con el uniforme. En los mostradores y en las puertas de embarque, los rostros reflejan preocupación, con llantos y llamadas ante los frecuentes retrasos y cancelaciones. Algunos se refugiaron en consultar las redes sociales desde sus teléfonos, bien para seguir las noticias sobre la tragedia, bien para todo lo contrario: abstraerse.

El vuelo de Myriam Sedkati hacia Adana, otra de las áreas más afectadas y puerto de entrada a la ayuda humanitaria, no sale hasta dentro de cuatro horas, pero ya espera sentada frente a la puerta de embarque en el aeropuerto de Sabiha Gökçen. Es marroquí, pero está casada con un turkishchipriota originario de Adana. Ambos viven en la isla. A ella el terremoto la sorprendió en su ciudad natal, Meknes. «Lo vi en la televisión y pensé: necesito ir», explícito. Se desplazó hasta Casablanca para tomar el primer vuelo a Turquía con la intención de apoyar a su familia política. «Están asustados de que haya una réplica. Voy a decirles: ‘que Dios os protege’, que sientan cariño, la humanidad. Son humanos y los humanos a veces necesitamos que alguien nos diga que todo va a ir bien y que esto quedará atrás» , de Sedkati, de 33 años, mostrará un vídeo de la casa de sus suegros con cascotes en la cocina, grietas en la pared, cables que se mueven y ventanas rotas.

En las zonas afectadas algunas ven la situación de otra manera. Ayse, por ejemplo, recibió un mensaje de su tío desde Antioquía: «Chicos, no vengáis, no tiene sentido. No hay donde alojarse, no hay hoteles, ni supermercados, ni gasolina. Yo estoy en casa de Ahmet, en el pueblo, que se mantiene en pie de alguna manera. Pero mañana echaré una tienda para dormer fuera».

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